Ha estallado una guerra en Europa. Justo a las puertas de casa. Algo que nadie hubiera imaginado hace solo unos meses. Una guerra que ya se ha cobrado miles de víctimas militares y civiles. Una guerra tan presente en los medios de comunicación que no puedes evitar estar informado las 24 horas del día. Se ven fotos de hombres, mujeres y niños inocentes muriendo, sufriendo y huyendo en el Timeline de Instagram, entre fotos de vacaciones y vídeos de mascotas.
Cuando leí el correo de nuestro departamento de RR. HH. referente a Ucrania, me sentí inspirada y visualicé una manera de convertir las palabras en hechos. Cualquiera puede publicar una Story en Instagram y elegir la bandera de Ucrania como foto de su perfil. Sin embargo, ¿quién está dispuesto a «actuar en vez de hablar» y cruzar media Europa en un tiempo récord? Un minuto después de leer el correo de RR. HH., les envié un mensaje. Con la donación de Retarus de 100.000 €, nos sería posible viajar a Rumanía, llevar comida, medicamentos y productos sanitarios a una organización benéfica y volver a Alemania con cerca de 30 refugiados de Ucrania. Malte, nuestro Infrastructure Design Engineer, ya ha realizado este viaje en dos ocasiones: 1.700 kms de ida y vuelta, conduciendo por las duras carreteras de Rumanía.
Unos días más tarde, hicimos las maletas y nos fuimos. Estos fueron los equipos creados para nuestras furgonetas de transporte humanitario: Simon y Cedric (los «layer 8»), Bernadette y Stefan (el «seniormóvil»), Marc y Dirk (los “novatos”), Malte y Detlef (la “líder”) y, por último, Majkel y yo (la “vía rápida”). Ya en marcha, la gente nos saludaba cuando veía nuestras pegatinas. Se respiraba un sentimiento de unidad y fortaleza que nunca antes había sentido. Condujimos sin parar durante 30 horas, cambiando de conductor cuando ya no podíamos mantener los ojos abiertos y soportando a conductores impacientes en la carretera. Imaginaos: con apenas 18 años y en posesión de mi carnet de conducir desde hace no más de 2 meses… Pero la música, la gente y saber que podíamos por fin ayudar de verdad, nos mantenía despiertos. Vale, quizás también el RedBull…
Cuando llegamos a Galati, a 25 km de la frontera con Ucrania, vaciamos el maletero, comimos algo, nos tomamos una cerveza juntos y nos fuimos a dormir. Nos levantamos, comimos algo, reunimos a todos los refugiados, nos hicimos pruebas de Covid y condujimos de vuelta. Hombres, mujeres, niños y animales confiando plenamente en unos desconocidos alemanes. Su nueva vida en un entorno seguro. La mayoría de los niños eran demasiado pequeños para darse cuenta de lo que estaba pasando: por suerte, para ellos nuestro viaje de 30 horas fue toda una aventura. Sin embargo, en los ojos de sus madres se podía vislumbrar la desesperación, el miedo de viajar hacia lo desconocido. No podemos imaginar lo que estos ojos jóvenes han visto. Un indicio de ello fue que casi ninguno de ellos nos devolvió la sonrisa. La barrera lingüística hacía todavía más difícil poder darles esperanza y decirles que eran bienvenidos y que gozarían de seguridad en Alemania.
Para mí, el peor momento fue dejarles en Merseburg al final del viaje. Algunos de ellos no conocían a nadie allí y no hablaban ni inglés ni alemán. Fueron arrancados de sus vidas normales y tuvieron que dejar atrás todo y a todos. En el momento en el que les dejamos allí, continuamos con nuestras vidas: fuimos a cenar con nuestras familias aquella noche, volvimos al trabajo al día siguiente. Me di cuenta de que nuestros «problemas» no son nada comparados con los suyos y me sentí agradecida por todo lo que tengo.
Vivir en democracia es un privilegio, algo tan natural para nosotros que en ocasiones olvidamos su valor. Gracias, Martin, por darnos la oportunidad de ayudar a personas necesitadas, y gracias a todo el equipo R-Team por hacerlo posible.